Por Gustavo A. Ricart, Cineasta y Crítico de Arte Fotos: Fuente etxerna y Pexels.com
John Berger, en su ensayo "Entender una Fotografía, 1968", presenta una crítica ambivalente sobre el rol de la fotografía dentro del ámbito artístico. Aunque su análisis aporta una interesante reflexión sobre la naturaleza reproducible de la fotografía y su relación con el tiempo, su interpretación parece estar anclada en un marco teórico que subestima el potencial transformador de este medio y que, irónicamente, cae en las mismas trampas que denuncia.
Berger sugiere que la fotografía no puede ser considerada un arte porque "por su propia naturaleza las fotografías tienen muy poco valor económico debido a que carecen del valor inherente a la exclusividad o la singularidad" (Berger, 1968, p. X). Esta afirmación es cuestionable, ya que reduce el valor del arte a su monetización, una visión que, aunque vigente en ciertos círculos, simplifica la complejidad de lo que se considera valioso en términos artísticos. ¿Debe el arte ser valorado solo por su capacidad de generar riqueza? La historia del arte nos enseña lo contrario, considerando la trascendencia de obras que no necesariamente han tenido un valor económico significativo en su tiempo, pero sí un impacto cultural incalculable.
En su análisis, Berger también argumenta que "la disposición formal de una fotografía no explica nada" y que "la fotografía no tiene un lenguaje propio" (Berger, 1968). Esta postura resulta, en el mejor de los casos, ingenua, y en el peor, reductiva. En su afán de desligar a la fotografía de las bellas artes, Berger ignora el hecho de que, como cualquier forma de arte, la fotografía desarrolla su propio lenguaje a través de la técnica, la composición, y la interacción con el espectador. Esta "disposición formal", que él minimiza, es precisamente lo que permite a una fotografía resonar emocionalmente y comunicarse de manera efectiva con su audiencia. Berger parece olvidar que cada medio tiene su propio lenguaje, y que la fotografía, con su capacidad para congelar el tiempo y capturar la realidad de una manera única, ha desarrollado una rica semántica visual que trasciende su mera función documental.
Además, Berger sostiene que "la fotografía no opera con constructos" y que "sólo hay decisión; sólo hay enfoque" (Berger, 1968, p. X). Esta visión es, por decirlo de manera indulgente, limitante. Berger parece pasar por alto la habilidad de la fotografía para construir narrativas, para manipular la percepción a través del encuadre, la iluminación, y la edición. No es solo una cuestión de decidir cuándo hacer clic en el obturador, sino de cómo ese momento se presenta y se contextualiza. La fotografía, al igual que cualquier otra forma de arte, es una herramienta poderosa para la construcción de significados, una capacidad que Berger desestima al reducir el acto fotográfico a un simple proceso mecánico.
Resulta irónico que Berger, quien critica la mercantilización del arte, insista en medir el valor de la fotografía bajo el mismo marco que denuncia. Su obsesión con la "reproducibilidad" como detrimento de la fotografía revela una falta de comprensión sobre cómo las imágenes pueden impactar y transformar culturalmente más allá de su capacidad de ser replicadas. De hecho, en un mundo donde la reproducción y la circulación masiva de imágenes son la norma, la singularidad de la fotografía no radica en su exclusividad, sino en su capacidad para insertarse en la conciencia colectiva y alterar percepciones a una escala que otras formas de arte simplemente no pueden alcanzar.
Finalmente, su comparación de la fotografía con un electrocardiograma, como si ambas formas de registro fueran equivalentes en términos de valor artístico, es un intento fallido de trivializar la capacidad de la fotografía para capturar la esencia de la experiencia humana (Berger, 1968, p. X). Al igual que un electrocardiograma, la fotografía registra, pero a diferencia de un electrocardiograma, tiene el poder de interpretar, transformar y trascender. En su ansia por clasificar la fotografía como algo menor, Berger parece ignorar el hecho de que toda forma de arte, en última instancia, es un registro—ya sea de emociones, ideas, o visiones del mundo.
En resumen, aunque John Berger ofrece una crítica provocativa de la fotografía, su análisis se queda corto al subestimar las capacidades artísticas y transformadoras de este medio. Su insistencia en enmarcar la fotografía dentro de los confines de la economía y la reproducibilidad revela una comprensión limitada de lo que hace al arte verdaderamente valioso. En lugar de simplificar la fotografía a una mera réplica del mundo visible, es crucial reconocerla como un medio dinámico capaz de crear nuevas realidades y significados, una dimensión que Berger, desafortunadamente, elige ignorar.
Referencias
Berger, J. (1968). Entender una Fotografía, 1968. Recuperado de: https://www.ossayecasadearte.com/post/entender-una-fotografía-1968-john-berger
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