Por Gustavo A. Ricart, cineasta y crítico de arte

Sean Baker regresa con Anora, una película que no solo reafirma su talento para capturar la marginalidad y la humanidad de personajes al límite, sino que también presenta una historia con capas profundas de crítica social y sensibilidad emocional. A través de la vida de Ani, una trabajadora sexual en Nueva York, Baker plantea una reflexión sobre la alienación, la lucha por la dignidad y la frágil línea entre fantasía y realidad en la búsqueda de una mejor vida.
Desde el inicio, la película nos sumerge en el día a día de Ani, interpretada con una gran carga emocional por Mickey Madison. Su vida nocturna en el club, su relación distante con su hermana y la falta de conexiones reales, nos muestran a un personaje que ha aprendido a sobrevivir en un mundo hostil. La historia toma un giro cuando conoce a Ivan, un joven heredero ruso con el que inicia un romance impulsivo y apasionado. Lo que parece ser un capricho juvenil se convierte en un intento desesperado por aferrarse a una nueva oportunidad de vida.
Baker, conocido por su estilo realista y su uso magistral de la luz natural, crea un contraste visual entre los escenarios dispares de la película. La frialdad de la vida nocturna de Nueva York se contrapone con la exuberancia y el desenfreno de Las Vegas, donde el sueño de Ani parece alcanzar su punto más alto antes de desplomarse. La cinematografía nos permite experimentar la sensación de embriaguez que Ani e Ivan viven durante su breve pero intensa relación, solo para devolvernos brutalmente a la realidad con encuadres cerrados y opresivos en los momentos más críticos.
Con un estilo frenético, Baker construye una película en la que habitan principalmente dos emociones: la ilusión y la rendición. Anora es un viaje desquiciante en el que la protagonista se llena de vida ante una fantasía que se va desinflando conforme la realidad toca a su puerta. A medida que la historia avanza, Ani se va revelando ante la adversidad. La máscara que ha construido para enfrentar el mundo se desdibuja poco a poco, exponiendo sus inseguridades más profundas. Es un personaje que grita, patalea y lucha, pero el mundo que la rodea insiste en silenciarla, reduciéndola a un simple entretenimiento sin voz.

Uno de los puntos más poderosos de Anora es su crítica a la hipocresía de las clases altas y la forma en que ciertos sectores de la sociedad tratan a las trabajadoras sexuales. La familia de Ivan representa la mirada despectiva de quienes ven a Ani solo como un objeto desechable, ignorando su humanidad y sus emociones. La presión social y el poder económico terminan imponiéndose, despojando a Ani de su sueño y obligándola a regresar a una realidad que parecía haber dejado atrás.
Es interesante notar cómo Anora juega con la percepción del espectador. Muchas escenas pueden parecer divertidas o incluso cómicas a primera vista, como la caótica búsqueda de Ivan o la escena en la que Ani es retenida por los empleados de su familia. Sin embargo, al observar con atención, lo que realmente sucede es profundamente perturbador. Ani es sometida, silenciada y reducida a una condición de impotencia. La película nos engaña al principio, permitiéndonos reírnos, solo para luego revelar la cruda realidad y hacernos sentir cómplices involuntarios de la deshumanización que experimenta la protagonista.
Mickey Madison ofrece una actuación extraordinaria como Ani. Desde el instante en que aparece en pantalla, vemos a una chica confiada, persuasiva y segura de sí misma. Pero conforme avanza la historia, logra encapsular la desesperación, la angustia y la desesperanza de una mujer que, al final, ya no puede seguir ocultando su dolor. Su interpretación es tan natural y orgánica que es imposible verla como una actriz, sino como una persona real atrapada en una pesadilla.
Mark Eydelshteyn, en el papel de Ivan, es una fuerza de la naturaleza. Irradia carisma y construye un personaje que, aunque parece desesperado por ser el centro de atención, lo hace con una ingenuidad infantil que no puede ocultar. Su arco es el de un joven mimado y superficial que, al final, revela lo poco que le importaba realmente Ani. Es un personaje que fascina y frustra a partes iguales.
Igor, interpretado por Yuriy Borisov, es quizá el personaje más intrigante. A medida que la historia avanza, se convierte en el único que muestra empatía genuina por Ani, entendiendo su dolor cuando todos los demás la han reducido a un simple problema a resolver. Su relación con Ani, aunque ambigua, se siente como un reflejo de la esperanza de encontrar a alguien que la vea como un ser humano y no como un objeto.
El final de la película es uno de los momentos más impactantes. Tras todo lo que ha sufrido, Ani finalmente se permite derrumbarse en los brazos de Igor. Su llanto incontrolable es el punto culminante de una historia donde la protagonista ha intentado mostrarse fuerte en todo momento. En esta escena, Baker nos recuerda que la fortaleza no está en ocultar el dolor, sino en enfrentarlo y reconocerlo. El hecho de que Igor sea el único personaje que la abraza sin pedir nada a cambio refuerza el mensaje de que, en un mundo donde todos buscan salvar su propio pellejo, la empatía genuina sigue siendo un acto de resistencia.
Anora no es una historia de amor convencional ni un cuento de hadas. Es un retrato duro y a la vez profundamente humano sobre la búsqueda de significado en un mundo que constantemente deshumaniza a quienes considera inferiores. Sean Baker demuestra una vez más su capacidad para contar historias de personajes marginados con un realismo brutal pero empático, logrando que el espectador se cuestione sus propios prejuicios. Sin duda, Anora es una de las películas más potentes de 2024 y una obra imprescindible para aquellos que buscan cine con alma y conciencia social.
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