Por Gustavo A. Ricart, Cineasta @gabo.ricart
“Crónicas de una Oveja Negra”, el primer poemario de Gustavo Jorquera, a la venta en Cuesta Libros, se presenta como una creación única que muestra un hábil manejo de los recursos expresivos del lenguaje y una gran amplitud cultural. Su lectura nos brinda una experiencia fascinante al conectarnos con la incertidumbre de ser joven. Es un libro que combina relatos, poesías y narraciones, incluso a veces parece contar breves cuentos. En resumen, "Crónicas de una oveja negra" es una verdadera delicia para los ojos.
Según Ramón Mesa, escritor, pintor, editor de libros y poeta, Gustavo Jorquera se encuentra en un proceso de maduración que lo llevará a convertirse en un escritor de grandes dimensiones. “Es como una larva que se transforma en una mariposa gigante.”
El estilo audaz que juega con los tiempos y las palabras convierte a "Crónicas de una oveja negra" en un libro tentador desde el título. Sin embargo, al adentrarnos en su contenido, descubrimos que esta oveja negra esconde un lobo feroz en su interior. Las metáforas son frecuentes, pero no repetitivas, y hacen que el libro sea una invitación a sumergirse en la frescura de sus textos, llevando al lector a conectar con sus emociones en más de una ocasión.
El poema titulado "Ayer morí" es una reflexión profunda sobre la muerte y la vida. Jorquera expresa su sorpresa al darse cuenta de que llevaba tiempo agonizando, y aunque había esperado encontrar cura en sonrisas o abrazos, reconoce que la vida misma es una enfermedad y morir por ella es inevitable. Durante su lucha experimenta muchas cosas buenas y se aferra a la idea de enfrentarse a los desafíos para satisfacer su deseo de superarlos.
En su muerte, el poeta se encuentra solo y rodeado de desconocidos, lo que lo lleva a reflexionar sobre la importancia de no depender de los demás y evitar resentimientos. Murió de pie, sin cicatrices visibles en su espalda, habiendo enfrentado los golpes de la vida con valentía. Reconoce que debió haberse hecho amigo de sus demonios en lugar de intentar ser salvado por otros.
Ayer morí en una danza desesperada, enfrentando un fin del mundo personalizado y orgulloso de sus creaciones. Lamenta no haber conocido antes la "dama elegante" de Saramago, haciendo referencia a la muerte, a quien ahora le rinde pleitesía. Morir en silencio lo hace sentir vergüenza después de haber llegado al mundo lleno de revolución.
La muerte le permite reencontrarse con el amor eterno y ver el rostro de aquellos que lo aman, pero se arrepiente de no haber amado lo suficiente a cambio. En su muerte, revive momentos significativos de su vida y experimenta la alegría de la compañía de su familia. También reconoce que morir tiene sus ventajas al permitirle revivir toda su vida y apreciar los momentos preciosos.
El estilo de este poema "Ayer morí" es introspectivo y reflexivo. El autor utiliza un lenguaje poético y metafórico para explorar temas profundos como la vida, la muerte, el amor y el significado de existir. A través de imágenes vívidas y descripciones emocionales, el poema evoca una sensación de melancolía y búsqueda de sentido.
En cuanto a los valores literarios presentes en el poema, se pueden destacar los siguientes:
Autenticidad: El poema refleja la sinceridad y la honestidad del autor al abordar temas universales de la condición humana. El poeta expresa sus pensamientos y emociones de manera genuina, sin pretensiones.
Introspección: El poema se sumerge en la mente y los sentimientos del autor, explorando sus pensamientos más profundos y revelando su búsqueda de significado y conexión con el mundo.
Imaginería y metáforas: El uso de imágenes vívidas y metáforas en el poema crea una atmósfera poética y evocadora. Estas figuras retóricas permiten al autor transmitir sus ideas y emociones de manera más intensa y simbólica.
Reflexión filosófica: El poema invita a reflexionar sobre temas existenciales y filosóficos, como la vida, la muerte, el propósito y la trascendencia. A través de estas reflexiones, el autor busca encontrar sentido y comprensión en su experiencia personal.
En resumen, el poema "Ayer morí" es una introspección que usa imágenes y metáforas poéticas, explorando temas profundos e invitándonos a la reflexión filosófica. El poema muestra una perspectiva reflexiva sobre la muerte como un paso necesario hacia un nuevo comienzo (metamórficamente hablando). El poeta encuentra consuelo en el reencuentro con seres queridos y en la capacidad de dejar ir y amar desde la distancia. La muerte es vista como un proceso doloroso pero transformador, que abre paso a un futuro radiante en cada momento presente.
"Ayer morí”
¿Quién lo diría? Tenía tiempo agonizando. La mitad del
tiempo lo sospechaba, la otra mitad solo pensaba que la vida
era una enfermedad que con alguna sonrisa o abrazo podría
curarse. Hay quienes alivian sus síntomas con sexo, alcohol
o drogas, pero en vano hacen estos intentos fútiles. Si la
vida es una enfermedad, es nuestro deber inexorablemente
morir por ella.
Nunca imaginé poder experimentar tantas cosas buenas durante
mi lucha. Pensé en más de una ocasión que en la lucha contra
la corriente, en aferrarme al deseo de vencer al río encontraría
por lo menos la satisfacción de que lo intenté, y no se trataba
de eso, eso era vanidad, aunque sí tenía que ver con las fuerzas
que iba creando con este testarudo entrenamiento.
Ayer morí. Y no hubo caras conocidas a mi alrededor. No hubo
quién recordara cosas buenas de mí, y como van las cosas
tendré que escribir mi propio obituario. El error está en esperar
de otros, y se erra todavía más al enojarse o crear rencores
Ayer morí, porque el libreto que vamos escribiendo de nuestra vida no
parece haberle llegado a ninguno de los actores.
Ayer morí. Morí de pie, cubierto de tristeza, con la espalda
limpia, libre de cicatrices. Me encargué de recibir todos los
golpes de la vida en el pecho y la cabeza. Eso quizás explique
por qué mi corazón late desacompasado y por qué
alucinaba y creía que podía ser salvado de mis demonios
cuando lo que siempre debí fue hacerme su amigo y domesticarlos
como pocas veces en la vida lo estuve yo.
Ayer morí en una danza desesperada, en un fin de mundo
único y personalizado, hecho a mi medida y a la de mis
errores. Morí intentando no escapar de mis creaciones,
orgulloso de mi instinto y mis aventuras. Morí solo y en la
oscuridad más absoluta, total. Aunque era yo quien se
moría, no me iba, era llevado.
Ayer morí. Y por fin pude rendir pleitesía a la dama elegante
de Saramago. De haber sabido de su cortesía y compasión;
me hubiese entregado a ella unos años antes, cuando la vida
no había dolido tanto y estaba en mejores condiciones para
disfrutar una conversación civilizada y un bocadillo bajo la
sombra de alguna Manguifera indica, tan comunes en este
lado de la existencia.
Ayer morí. Y lo hice en silencio ¡Qué vergüenza! Después
de haber llegado a este mundo gritando y lleno de revolución.
Ayer morí y nadie me detuvo; tampoco iban a poder,
pero hubiese sido halagador y reconfortante sentir que hacía
falta, en vez de que sobraba. Ayer morí en el alivio de
quienes querían ayudarme a vivir inyectándome veneno y
estupefacientes. Te será más llevadera la vida decían, dolerá
menos estar despierto repetían ¡Yo no quería que dejara de
doler! Por lo menos el dolor era real. La vida es batalla,
guerra y agonía dice Unamuno y yo le creo. No sirve de
nada vivir sin cumplir al propósito para el que fuimos
concebidos, tal ridiculez no podría llamarse vivir. La vida
no vale nada si no se pone al servicio de una causa por la
cual valga la pena morir.
Ayer morí. Morí con los ojos abiertos y me alegró que no haya
habido nadie para cerrarlos. Muchos años me costó abrirlos y
muchos más concebir una idea más o menos apropiada de la
realidad que ellos solo en parte percibían. El cielo o el infierno
poco importan. El más allá es una empresa que debe dejársele a
los que ya están allá, para compartir con los que les hagan
compañía. El más acá todavía tiene misterios sin resolver y
cuadernos que, como una amante, esperan abiertos, ansiosos
porque se derrame un poco de poesía en ellos.
Ayer morí. Y ya sea que me lo soñé o en verdad pasó, vi el
rostro de quienes me aman, porque el amor es eterno, y no
reconocí a la mayoría. Tonto yo que no los amé también o
no como merecían. Vi sonrisas ancestrales dándome ánimos
a continuar y escuché susurros ansiosos por oír mis historias.
Pensar que tuve que morir para encontrar a quienes les
importen. Cuando en vida se tiene demasiado que decir, es
muy probable que uno decida rodearse de quienes tienen
poco con qué escuchar. Y es normal, solo que tuve que ver
la luz del túnel y ver pasar mi vida entera frente a mis ojos
para entenderlo.
Ayer morí. Y debo decir que morir tiene sus ventajas. Porque
para morir hay que revivir toda la vida y allí durante este
instante sempiterno encontré, mejor dicho, me encontraron
los abrazos de mi madre y su mirada cálida, aquellos apodos
de infancia que por inmadurez fingía no querer escuchar
pero que siempre fueron como una medalla al honor. Encontré
a mi pequeña familia jugando a las escondidas bajo la luz
amarilla de una lámpara en la plaza y sentí nuevamente la
emoción de que mi papá nos buscara mientras mi mamá y
yo reíamos bajo las ramas de un árbol que formaba una
cúpula. Recordé consejos que nunca seguí, y fueron tan
claros para mí que parecía que estaban siendo tatuados a
fuego en mis palmas, para que antes de tocar cualquier cosa
pensara si valía la pena el dolor que me podría causar y que
si me entregaba lo hiciera con alegría y sin recelo. Vi a mis
enemigos, pero no eran más mis enemigos, eran maestros,
invitándome a aprender las cosas más útiles, de las maneras
más permanentes.
Ayer morí. Y no fue coincidencia ni casualidad, no fue
prematuro ni demasiado tarde; fue en el momento preciso,
fue lento y doloroso y a la vez fulminante y placentero. Lo
siento por quien sea que le tocó recoger el cadáver porque
quizás le incomodó la expresión ambigua que dejé en mi
rostro entre esa sonrisa empapada de lágrimas y la satisfacción
de un amante que ya satisfecho, abraza a su cómplice
sin importarle si el mundo se acaba porque su mundo está
entre sus brazos.
Ayer morí. Y en el proceso tuve miedo, miedo a descubrir que
hubiese querido morir antes y miedo a que no me dejaran
morir en paz o me trajeran de vuelta. Tuve miedo a haber
dañado otras muertes o a no haber honrado a los caídos que
lo merecían. Tuve miedo porque, siendo sinceros,
morir no es fácil, ni aquí ni en la quebrada del ají, ni en
Tangamangapio, Tukpbuntu, ni en ningún lugar. Por suerte
se muere desde adentro y perennemente.
Ayer morí. Y no fue para nada lo que supuse, ni lo que
temía, ni lo que anhelaba. Fue un caminar bajo el sol con el
alma rota entre los dedos y con el pegamento y los planos
para arreglarlo en la otra, fue un dejar ir para amar desde
lejos y un perdonarme la vida desde cerca, fue tener cojones
y por fin usarlos, fue regalar una sonrisa al futuro y disfrutar
el abrazo del pasado, mientras al oído coqueteábamos por
última vez, fue quedar huérfano y vagabundo, y sin importar
qué, irradiando futuro a cada momento presente.
Ayer morí. Y está bien morir de vez en cuando, siempre y
cuando logremos conseguir nacer nuevamente. Porque una
muerte no es el fin, sino el principio...
Gustavo Jorquera @gustavojorquera14
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