Texto y fotos: Robert R. Jiménez
Editado por: Natali Hurtado
Según decía el actor estadounidense Bruce Lee (1940-1973), “La simplicidad es la clave de la brillantez”. Y tomando esta frase como base pretendo escribir esta reseña.
Conmemorando su aniversario número 33, Teatro Guloya presenta su versión de Romeo y Julieta. Una tragedia del dramaturgo inglés William Shakespeare que ha sido reversionada en un sin número de ocasiones en diversos países e idiomas desde su creación en 1597. El texto, que es un referente del teatro clásico, aún sigue en vigencia.
El Teatro Guloya es una institución que destaca por su alta calidad y estética, esto lo ha convertido en un referente de nuestra cultura en materia de teatro independiente. Su dinámica y su rol de espacio cultural, ha influido en el desarrollo de las artes escénicas y ha permitido que el arte del teatro se mantenga vivo a pesar de las circunstancias que muchos conocemos de nuestro país. Me complace mencionar que el Teatro Guloya ha sido durante todos estos años un gran apoyo a talentos jóvenes y emergentes, tema del cual podríamos abundar en otra reseña.
Centrándonos en el espectáculo que se presentó en la sala Otto Coro, escenario que se hizo cómplice de los actores para que la magia de Romeo y Julieta se llevara a cabo, debo destacar el romance de la luz, el sonido, el texto y la coreografía, aspectos que brindaron al espectador una velada increíble.
Al instante de abrirse el telón la atmósfera cambió, llenando de fantasía aquel lugar. La salida de los actores, su coordinación y dominio escénico, sedujeron a la audiencia asistente captando su atención. Utilizando el recurso de máscaras, algo característico del Teatro Guloya, los personajes cambiaban de rol constantemente. Claudio Rivera y Viena González, quienes se desdoblaban teniendo diversos personajes dentro del mismo espectáculo, demostraron su versatilidad, compromiso y pasión por lo que hacen.
En cuanto a la actuación joven de Dimitri Rivera y Camila Hernández, debo destacar su impresionante talento y entrega, demostrando que el relevo del teatro dominicano queda en buenas manos. Su dulzura, jovialidad, buena dicción y química actoral me llevaron a un viaje entre lo sublime y lo real; aún en los momentos más jocosos, la magia que imperaba entre estos dos jóvenes era poesía física. Sin lugar a duda estos cuatro actores estaban alienados en la misma órbita, generando que los presentes entraran junto a ellos en un viaje sin movernos de nuestros asientos.
La adaptación y dirección de parte del experimentado Claudio Rivera fue maravillosa. Como es característico en él, utilizó un lenguaje llano y entendible, agregando palabras propias de nuestra cultura, o dicho de otra manera “dominicanizó” el guion sin perder la esencia. Además, el uso del recurso de las máscaras, algo que ya es sello propio de las producciones del Guloya, me llamó muncho la atención, en especial algunas que tenían forma negroide, lo cual le aportó un sello distintivo y original volviendo versátil, creativo y atractivo el show. Otro aspecto a destacar fue el vestuario, que está de más decir que fue acertado y acorde con lo que es romeo y julieta y la época. Por otro lado están las coreografías, lo que le agregó un plus a la obra, ya que por segundos podrías estar sumergido en un musical y de repente volver a una obra convencional.
No puedo dejar de mencionar el sonido y la iluminación, los cuales jugaron un papel muy importante en esta puesta en escena, tanto que en un momento hubo una salida de un personaje con sus maracas, y me sentí dentro del famoso cuadro de Francisco de Goya, “Saturno devora a su hijo”, una pintura de 1823 perteneciente al romanticismo. Aunque existe una diferencia entre una cosa y la otra, siempre planteo que el arte, entre sus diferentes manifestaciones, tiene su punto de encuentros y conexiones… realmente la elección musical y la iluminación fueron complemento esencial en esta puesta en escena y me conectaron con otras artes.
Por último y menos importante, la escenografía, no muy ostentosa, multifuncional y sencilla, fue otra cómplice de lo que presentó Romeo y julieta. En un momento fue una habitación, en otro fue iglesia, en otro salón de baile y hasta que al final terminó siendo una melancólica y romántica tumba. En cada una de sus metamorfosis el equipo del Teatro Guloya nos demostró que la creatividad e ingenio del hombre no tienen límites y que el teatro es un mundo infinito que nos hace viajar en el tiempo.
En conclusión, defino esta versión del Teatro Guloya de Romeo y Julieta como “un reflejo del amor, la creatividad y el ingenio y lo más importante, el teatro siempre será ese escape de la realidad sin salir de ella”.
¡¡Felicidades al Teatro Guloya y que su legado perdure por muchos siglos más!!
🥰🥰🥰🥰