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Reflexiones sobre el Arte de Inteligencia Artificial

Texto: Gustavo A. Ricart, Cineasta

Foto: Tara Windstead

Durante los últimos quince años se ha usado y desgastado la palabra inteligencia con muchísima facilidad aplicándolo a prácticamente todo a modo de gancho de marketing.


La inteligencia se ha definido de muchas maneras, incluyendo: la capacidad de lógica, comprensión, autoconciencia, aprendizaje, conocimiento emocional, razonamiento, planificación, creatividad, pensamiento crítico y resolución de problemas. En otras palabras, “es la facultad de la mente que permite aprender, entender, razonar, tomar decisiones y formarse una idea determinada de la realidad.” – según el diccionario Oxford Languages.

Se ha estructurado toda una estrategia de Marketing para vender el sueño de que programas y apps como #Midjourney o #Lensa (que se han viralizado recientemente) son inteligentes cuando en realidad son programas y aparatos diseñados para hacer una única tarea y esto solo significa que esa máquina es eficiente para algo, no exactamente inteligente.


La inteligencia va muchísimo más allá de eso; según algunos psicólogos, inteligencia implica el conocimiento y sentir de emociones, entender la realidad y transformarla. Algo muy importante en ese proceso de transformar la realidad es tener un “¿por qué?” de todos tus objetivos y un “¿para qué?” de todas las metas y resulta que hoy en día las máquinas aún no tienen capacidad alguna de iniciativa ni de comprender las emociones humanas. Y esto es porque son sistemas que no funcionan desde una perspectiva metodológica, sino más bien algorítmica.


¿Por qué están tan obsesionados los científicos en que sus robots y aplicaciones hagan arte? Parece el afán de alcanzar un futuro de ciencia ficción demostrando que sus máquinas son entes creativos capaces de apreciar y en esa apreciación reproducir la belleza. Si una máquina es capaz de hacer eso significa que es un ente sensible y esa sensibilidad la llevaría al siguiente paso, que es amar y eso daría una visión humana a la máquina. Eso es lo que están persiguiendo.


Y hay muchas razones por las cuales las imágenes generadas por computadora de esas sobrevaloradas inteligencias artificiales no son arte:


Primero: ¿A quién pertenecen los derechos de autor cuando la obra de arte ha sido creada por una inteligencia artificial? El artículo “Asignación de derechos de propiedad de obras generadas por ordenador” de Pamela Samuelson de 1985​ sostiene que los derechos deberían asignarse al usuario del programa generador. Por otra parte, Victor M. Palace ha presentado tres posibles opciones. En primer lugar, la propia inteligencia artificial se convertiría en propietaria de los derechos de autor. Para ello, habría que modificar las Leyes de derechos de autor para definir al "autor" como una persona física o un ordenador. En segundo lugar, siguiendo el argumento de Samuelson, el usuario, programador o empresa de inteligencia artificial es el propietario de los derechos de autor. Esto sería una ampliación de la doctrina del "trabajo por encargo", según la cual la propiedad de un derecho de autor se transfiere al "empleador". Por último, nadie se convierte en propietario de los derechos de autor, y la obra entraría automáticamente en el dominio público. El argumento aquí es que como ninguna persona "creó" la obra de arte, nadie debería ser el propietario de los derechos de autor.


Segundo: El quehacer del arte está inseparablemente ligado al dominio de una técnica, recursos y/o materiales por ende también está íntimamente relacionado al virtuosismo. Una virtud es una disposición de la persona para obrar de acuerdo con determinados proyectos ideales como el bien, la verdad, la justicia y la belleza. Son aspectos para los cuales se requiere una manifestación de sensibilidad. Y nunca se ha hablado de que las virtudes sean cualidades de entes no humanos o no sensibles, filosóficamente “un impensable”.


Tercero: A pesar de que una imagen generada por inteligencia artificial pueda mostrar cierta inclinación estilística y estética, no es original y dada la nula cadencia de sentimiento en lo artificial, tampoco tiene emociones haciendo que sea un producto de impresión no artístico con el precio de un servicio barato que no tiene valor trascendental al ser completamente innecesario por ser el fruto estéril de una máquina preprogramada que ni siquiera alcanza el nivel artesanal en su resultado.

Es evidente que las máquinas no están creando, obedecen la programación de un informático, cuestión que analizada desde una perspectiva constructivista convierte al programador en el verdadero artista y creativo.


Referencias

  • Pamela, Samuelson. «Allocating Ownership Rights in Computer-Generated Works». 47 U. Pittsburgh L. Rev. 1185 (1985).

  • Victor M. Palace, What if Artificial Intelligence Wrote This? Artificial Intelligence and Copyright Law, 71 Fla. L. Rev. 217



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