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Análisis breve sobre la XXX Bienal de artes Visuales 2023



Por Gustavo A. Ricart, cineasta

@gabo.ricart


Santo Domingo. En la reciente edición de la XXX Bienal de Artes Visuales en el Museo de Arte Moderno, se ha desatado una ola de opiniones críticas, generando un intenso debate sobre la calidad y la originalidad de las obras galardonadas. Esta controversia no es ajena en la historia de las bienales dominicanas, que han sido escenario de una lucha constante por definir los parámetros de la excelencia artística y la representación auténtica de la identidad cultural del país.


Honestamente y sin ánimos de ofender, en esta bienal han otorgado premios (y digo otorgado porque en palabras del Sr. Ignacio Nova, los premios aquí no se ganan, se dan), a un número de obras horribles, simplonas, de poco valor conceptual y nada original. Es como si los artistas ganadores hubiesen intentado conceptualizar sobre lo primero que les llegó a la mente sin depurar sus ideas.


Las palabras del Sr. Ignacio Nova, destacando la naturaleza del proceso de selección de premios, subrayan una preocupación persistente sobre la transparencia y el rigor en la elección de las obras destacadas.


En cuanto al galardonado principal, Julio Valdez, y su obra "Retratos de Pandémicos", es esencial considerar el contexto cultural y emocional que rodea su creación. Si bien algunos críticos argumentan que la obra se basa en una nostalgia evidente, otros defienden su capacidad de capturar la conmoción colectiva y el duelo experimentado durante los tiempos turbulentos de la pandemia. Sin embargo, las preocupaciones sobre la longevidad de la obra y la durabilidad de las mascarillas utilizadas como soporte, plantean una cuestión legítima sobre la preservación y el valor a largo plazo de la pieza elegida. Es un dibujo políptico que utiliza como soporte, mascarillas para figurar retratos de personajes relevantes (Vitico y otros como Jenny Polanco) fallecidos en la cuarentena; en mi opinión es solo un premio otorgado a la nostalgia de perder amigos que fueron o podrían ser gloria nacional. Cosa que me parece muy obvia y simplona de concepto.


El resto de los premios son peores… Obras e instalaciones que no representan la dominicanidad en ningún aspecto. Unas que parecen guindaleras o chucherías que se compraron en el barrio chino. No es marca país cuando hay otras piezas que se lo merecen todo como “las bolitas” de Lloraine Franco, una escultura en cerámica e hilo, obra que se identifica con el lado infantil de la feminidad criolla y caribeña de las niñas con “moño malo” que son peinadas con esas esferas plásticas de colores y goma que compran las madres al inicio del año escolar.


Obras selectas e interesantes de ver fueron dejadas de lado a pesar de dejar un mensaje relevante, como la del escaparate en forma de cruz lleno de botellas de agua divinamente iluminadas, que promueve la importancia de ese líquido vital translúcido y necesario, que evoca una reflexión profunda sobre la espiritualidad y la importancia del agua en la vida cotidiana. Esto ha provocado una reflexión crítica sobre los criterios de selección y plantea cuestiones cruciales sobre la diversidad de perspectivas y la representación auténtica de la dominicanidad en el panorama artístico contemporáneo.


En la historia reciente de las bienales dominicanas ha habido ejemplos sobresalientes de obras que han redefinido los límites del arte contemporáneo dominicano y han desafiado las convenciones establecidas, como Tony Capellán y “la obra que se tragó el Mar Caribe” (2012). Ruahidy Lombert expresó que Tony demostró una persistencia artística notable, comprometida con la representación fiel de los eventos de su nación, y a través de su expresión creativa logró proyectar la identidad cultural de su país en diversas exposiciones en América y Europa. Según Lombert, el legado dejado por Tony es invaluable y requiere ser preservado y continuado como una parte fundamental de nuestro patrimonio artístico y cultural.


En última instancia, la polémica desatada en torno a la XXX Bienal de Artes Visuales en el Museo de Arte Moderno refleja la complejidad y la vitalidad del panorama artístico contemporáneo de la República Dominicana. Si bien las críticas y el descontento pueden surgir en cualquier evento de esta naturaleza, es importante recordar que la diversidad de perspectivas y la libertad de expresión son elementos esenciales para fomentar un diálogo enriquecedor y una evolución continua en el mundo del arte.


A medida que los debates sobre la autenticidad, la representatividad y la calidad del arte dominicano persisten, es fundamental que tanto los artistas como los críticos y los responsables de las instituciones culturales continúen trabajando en estrecha colaboración para fomentar un ambiente propicio para la creatividad y la excelencia artística.


El legado dejado por artistas como Tony y las discusiones suscitadas por bienales anteriores, sirven como recordatorios valiosos de la importancia de mantener un diálogo abierto y constructivo en torno al arte y su papel en la sociedad dominicana. A través de la reflexión crítica y el compromiso con la excelencia artística, se espera que el arte dominicano continúe floreciendo y dejando una marca indeleble en el panorama artístico global.




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