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"Rebirth, renacer", primer solo show de Aida Vásquez Yarull, una invitación a conectar con la abstracción expresiva.

En la imagen aparecen las obras: "Toque Lúdico" (2025), "Fuerzas invisibles" (2025) y otras de Aida Vásquez Yarull en Galería ASR (Arte San Ramón.
En la imagen aparecen las obras: "Toque Lúdico" (2025), "Fuerzas invisibles" (2025) y otras de Aida Vásquez Yarull en Galería ASR (Arte San Ramón.

Texto: Natali Hurtado

Fotos: Cortesía de Galería ASR (Arte San Ramón)


Santo Domingo. Definitivamente, la estética —lo que nos parece bello, interesante o sublime— está profundamente ligada a lo que nos provoca algún sentimiento. Tal vez no sea imposible, pero sí difícil para el cerebro considerar bello algo con lo que no puede identificarse. Menciono esto antes de hablar de la exposición Rebirth, renacer de Aida Vásquez Yarull, porque su obra me llevó a repensar una pregunta común frente a la pintura abstracta expresiva: ¿por qué a veces nos cuesta conectar con ella?


Conocí la pintura de Aida Vásquez Yarull en la colectiva Inner Canvas (Arte San Ramón, 2024). Desde entonces su pintura me pareció detallista, meticulosa y llena de color. Su lenguaje plástico —esa combinación de pinceladas enérgicas y geometría— me fascinó visualmente, pero no lograba conectar emocionalmente. Lo mismo me pasó en Narrativas femeninas en tránsito (2025): admiraba el color y el contraste, pero algo me mantenía a distancia y me impedía sentir una conexión directa con las obras.


Esa experiencia me hizo reflexionar de forma más amplia sobre el arte abstracto expresivo. Obras de Joan Mitchell, Jackson Pollock o Aida pueden sentirse como un estallido de pinceladas y colores, donde el ojo se deslumbra, pero el cerebro, ante tal intensidad, podría entrar en una especie de sobrecarga perceptiva que le impide fijar una emoción concreta. Admiramos la energía, el movimiento y la vibración, pero traducirlo a emoción o sentimiento concreto no es inmediato.


No les voy a mentir: conectar con este tipo de obras puede resultar difícil. Intenté recurrir a un modo más objetivo, imaginando a Aida como la Pollock de nuestro tiempo, en un acto performático, físico y con mucho movimiento, pintando sus obras a gran escala. Pero también la imaginé quieta y serena detallando esas pequeñas intervenciones geométricas, colocadas de forma estratégica en lugares pensados para comunicarnos algo.


Entonces comprendí que no siempre necesitamos encontrarnos a nosotros mismos en las obras; a veces basta con conocer y admirar al artista a través de ellas... conocerlo y admirarlo de otro modo.

Esa conexión que tanto buscaba con el expresionismo abstracto llegó con Rebirth, renacer, la primera exposición individual de Aida Vásquez Yarull. Entrar en esa muestra fue, para mí, como entrar en un territorio conocido pero transformado: no porque Aida hubiese cambiado drásticamente su lenguaje, sino porque pude conocer otras facetas de ella que no conocía. Finalmente, conecté íntimamente con sus obras al ver reflejada a la artista en ellas.


La exposición es un recorrido con tres fases: la primera con obras intensas con mucha vitalidad cromática y expresiva (esta es la Aida que ya conocía); la segunda, donde el movimiento del trazo es el protagonista y la tercera, y mi favorita, con obras de alto contenido simbólico y un tono más íntimo de la artista, donde sus composiciones se contienen, los colores se apagan y emergen los vacíos, los silencios, y las pausas.


Fue en ese silencio donde realmente me conmoví: Sus dibujos, en particular, me parecieron reveladores: gestos mínimos flotando sobre el blanco del papel, manchas suaves que insinúan relojes diminutos, espacios vacíos que respiran. En uno de ellos —cuyo título no recuerdo—, el contraste de un amarillo con un azul velado por transparencias acuareladas me llamó la atención de modo particular. Allí comprendí que la emoción no siempre surge del exceso, sino de la contención.


Rebirth, renacer no es solo una muestra sobre la transformación de una artista, sino sobre la transformación del espectador. Porque cuando observamos a Aida Vásquez Yarull, no somos testigos de su renacimiento: somos nosotros quienes renacemos con ella.

Su obra nos recuerda que la verdadera fuerza no siempre reside en la saturación del color o en la gestualidad vehemente, sino en el poder del trazo preciso, en lo que se sugiere más que en lo que se declara.




 
 
 
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