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Inspírate con nuestros posts de arte, moda y motivación

Por Gustavo A. Ricart, Cineasta y Crítico de arte


Conviene primero reflexionar  sobre lo que es “la cultura”. Esto es un conjunto de conocimientos, creencias, arte, leyes, costumbres y hábitos que caracterizan a una sociedad. Es la expresión colectiva de valores, prácticas y formas de vida compartidas, transmitidas de generación en generación, y se manifiesta en todas las facetas de la experiencia humana.Ahora imagina que la identidad cultural es como una receta secreta que viene de un pasado lejano, un “tiempo mítico” donde se formaron los valores y las costumbres que hacen único a cada pueblo o nación. Según esta visión esencialista, esa receta ya está escrita y no cambia, incluso cuando el mundo a nuestro alrededor está en constante movimiento.


Esta perspectiva ha alimentado muchas veces los nacionalismos y las tradiciones, creando modelos fijos que se supone debemos seguir al pie de la letra. En ciertos momentos de nuestra historia, estas ideas han ayudado a que cada país se afirme y se sienta orgulloso de sí mismo. Pero, ojo, cuando se aferran demasiado a esa inmutabilidad, terminan favoreciendo un statu quo que no reconoce cómo las culturas evolucionan. Esto es lo que suelen hacer los movimientos retrógrados que, muchas veces, benefician a las oligarquías que prefieren que todo se quede como está.


Pero no todos los nacionalismos son iguales. Hay un tipo más cerrado y beligerante - el chauvinismo - que puede llevar a extremos peligrosos como el fundamentalismo. Por otro lado, hay un nacionalismo que simplemente busca destacar lo propio como una forma de distinguirse en el mundo. Lamentablemente, a menudo se mete todo en el mismo saco, lo que no es justo. Amar a tu país y sentirte parte de él no es malo; lo que es repugnante es cómo algunos dictadores y demagogos manipulan ese sentimiento para sus propios fines.


En lugar de ver la identidad cultural como algo fijo e inmutable, es más divertido y realista pensar en ella como una matriz que se va transformando con el tiempo. Un buen ejemplo de esto son los inmigrantes, quienes traen consigo sus propios rasgos culturales y, a través de su interacción y adaptación, crean nuevas mezclas culturales. Este flujo de personas y culturas es algo que sigue vigente hoy en día, y enriquece constantemente nuestra identidad.


Aunque la palabra "identidad" sugiere algo que no cambia, la realidad es que la identidad es siempre una cuestión de relaciones. Somos seres sociales por naturaleza, y nuestra identidad se forma y transforma en nuestra interacción con los demás y con el contexto en el que vivimos. Aquí es donde entra en juego la idea de Enrique Pichon-Rivière: somos seres complejos y contradictorios, influenciados por nuestro entorno social e histórico, pero también capaces de cambiar y transformar la realidad a nuestro alrededor. 

Para entender mejor cómo se forma nuestra identidad, pensemos en la mezcla de culturas como en una olla de sopa gourmet. Cada ingrediente, es decir, cada cultura que se suma, aporta su propio sabor, creando algo nuevo y delicioso con cada interacción. Esta idea de identidad como una matriz en constante cambio nos permite ver cómo las diferentes influencias y experiencias se combinan para crear algo único y dinámico. Como dice Hall (1996), "La identidad cultural es una cuestión de 'convertirse' así como de 'ser'. No es algo fijo, eterno, sino algo en continua formación" (p. 4).


En un mundo tan globalizado como el nuestro, la interacción entre culturas es inevitable y, de hecho, enriquecedora. Las migraciones, los intercambios culturales y las influencias globales nos recuerdan que la identidad no puede ser estática. Somos parte de una red global donde cada uno de nosotros trae su propia historia, sus tradiciones y su perspectiva, enriqueciendo así la experiencia humana colectiva. Pichon-Rivière (2003) nos recuerda que "El sujeto es productor y producto de su contexto socio-histórico, inmerso en una trama social que conforma su subjetividad" (p. 19). Así, en cada interacción y en cada nuevo encuentro cultural, nos transformamos y contribuimos a la transformación de nuestra sociedad.


En un emocionante hito para la escena fotográfica dominicana, los fotógrafos Fernando Santos y Víctor Nicolás han inaugurado su nuevo estudio de fotografía y video, ubicado en la Plaza Bolera del sector Piantini en Santo Domingo.


Después de una exitosa carrera de 15 años en los ámbitos de la moda, publicidad,

retratos, celebridades e interiorismo, Santos y Nicolás han consolidado su visión en el "Estudio Fernando & Víctor". La inauguración, celebrada el pasado lunes 13 de mayo de 2024, fue un evento significativo, marcado por la presencia de familiares, amigos cercanos, clientes y personalidades de los medios y las redes que han apoyado su trayectoria desde sus comienzos en el 2009.


El evento, adornado con el exquisito mobiliario de Divano, ofreció a los invitados una experiencia gastronómica excepcional a cargo de Ambrosía Catering, acompañada por bebidas de primera calidad, desde el refinado JP Chenet Rosé hasta la refrescante cerveza Blue Moon y el distintivo tequila Luna Azul, sin olvidar el bourbon honey de Evan Williams y la clásica cerveza Coors Original.


El "Estudio Fernando & Víctor" se destaca por sus tres sets versátiles para producciones fotográficas y videos simultáneos, incluyendo un ciclorama de 18 pies, papel y un set temático. Con un diseño arquitectónico e interiorismo que prioriza la luz, el minimalismo y la funcionalidad, el estudio ofrece un ambiente propicio para la creatividad y la excelencia profesional.


Además de sus servicios de estudio, Fernando y Víctor presentan una gama de planes

fotográficos personalizados, incluyendo sus innovadoras experiencias fotográficas de

editorial de moda y pre natal, donde los clientes solo tienen que llegar al set para que el

equipo del estudio se encargue de todos los detalles de producción.



El "Estudio Fernando & Víctor" también está disponible para alquiler, con opciones de medio día o día completo, para sesiones de fotografía y video. Para más información y reservas, pueden contactarlos a través de:


Teléfono / WhatsApp: (849) 650-9640

Uniendo innovación, creatividad y compromiso, el "Estudio Fernando & Víctor" promete ser un referente en la industria fotográfica dominicana y más allá.

Escrito por Robert R. Jiménez

Editado por Natali Hurtado.


La acción no siempre puede traer la felicidad; pero no hay felicidad sin acción; con esta frase del político y escritor británico Benjamín Disraeli (1804-1881) (que más adelante explicaré) quiero iniciar esta reseña.


La noche del pasado jueves 2 de mayo me di cita en Chao Teatro y viví una experiencia diferente en mi calidad de espectador, ya que solo había asistido a conciertos en dicho lugar (aunque tengo la seguridad de que el teatro no se limita a un lugar especial) pero nunca había tenido el interés de ver un obra teatral allí.


Sin expectativas, me dispuse a disfrutar de la noche donde tres obras serían presentadas. El primero en salir al escenario fue Mario Arturo Hernández con un monólogo muy divertido donde interpretó a un ingeniero, que con su humor deleitó a los presentes, dando a conocer su relación con su "madre tóxica" o "sobreprotectora". Hernández sorprendió con su dominio y complicidad con el público, al igual que con sus diferentes interpretaciones que complementaban la historia y que me mantuvieron a la expectativa de lo que iba a pasar.


Admiré su presentación porque entiendo que para un actor que está sólo en el escenario, es todo un reto hacer que el espectador se mantenga enganchado a la historia.


Resaltó que esta primera parte de la obra tenia una delicada y sencilla escenografía que hacía del teatro un espacio acogedor y tierno, suscitando a su vez un romanticismo que emergía con la iluminación... por momentos olvidé que estaba en Chao Teatro, y por más de una ocasión me sentí más bien en una sala de teatro convencional.


Al momento de iniciar el segundo acto donde María de Jesús Vargas y Brian D’Elena compartían el escenario, la obra dio un cambio radical de lo que había visto en el primer acto. De una oficina pasamos a una sala de espera en un centro de salud, donde estos dos personajes también se hicieron cómplices con el publico presente. La trama de esta escena se desarrolló con diálogos donde los personajes se hacían reclamos, y como diríamos en buen dominicano: se tiraban los trapitos al sol. Viéndolos y sin parar de reír, analizaba los momentos en que la desesperación invade a los miembros de una misma familia. Momentos en que nos volvemos empáticos, y podíamos sentir el mismo dolor o alegría que los que nos rodean. Pensé en la alegría mezclada con dolor al ver a los personajes cuando se gritaban y luego se hablaban con cariño en medio de un parto, creando un momento mágico, doloroso y amoroso al mismo tiempo.


El momento quizás más esperado por muchos y final de la noche, era la salida de la gran Adalgisa Pantaleón (sin quitar el mérito a los demás actores). Este tercer y último acto donde vimos a una anciana en un hogar para envejecientes, nos contó la cruda realidad que viven mucho ancianos. Y es aquí en donde hago un alto y centro la frase del inicio; sin dejar de ser una obra teatral de comedia, todo cambió en la atmósfera en esta última parte de la velada. Entró Adalgisa como anciana, acompañada por una monja, Victoria Comas... Ambas presentaron una historia centrada en el abandono de los hijos. Esta señora nos contó su vida de casada, de madre, y a la vez de madre abandonada, donde puedo asegurar que varias lágrimas rodaron por las mejillas de los presentes.


Creo que lo que vimos en este tercer acto de la obra es una las más grandes funciones del arte: tocar esa sensibilidad en nosotros los seres humanos para hacer conciencia de cosas que quizás no le damos importancia. Esta obra teatral cumple eso, aporta a la sociedad un mensaje de cambio. Y tomando este mensaje, válido tanto para madres como para padres, recordamos que es muy triste ver cómo muchos envejecientes están olvidados por sus hijos y luego mueren en centros para ancianos o solos en sus casas. Esta obra concientiza sobre el valor que los ancianos tienen en la familia y habla de que su esfuerzo, su dolor y sus alegrías deben ser valoradas.


En el melancólico y gracioso final los personajes de los actos uno, dos y tres, se unieron en la interpretación de una hermosa canción que dio un cierre mágico, complementado con la presentación de fotos de los actores y el equipo técnico junto a sus madres.


Felicitaciones a Frank Ceara por esta gran historia y por regalar al público ese gran talento que Dios ha puesto en sus manos, demostrando junto a todo el equipo, la calidad de nuestros artistas y el teatro dominicano.


Como resumen general puedo decir que es una obra que recomendaría a cualquiera. Lo único que no me gustó fue que entre acto y acto no se cerró el telón. Opino que esto pudo quitar un poco de expectativas a lo próximo que venía. No sé si fue decisión de la producción o algún error técnico, pero es solo una opinión muy personal.


Y concluyo esta reseña con mi frase favorita, ¡el arte no se toca, te toca!

¡Que viva el teatro dominicano!


Ficha técnica:

Guion y producción general: Frank Ceara y Música por un Tubo

Dirección teatral: Brian D’Elena

Actuación: Mario Arturo Hernández, María de Jesús Vargas, Brian D’Elena, Victoria Comas, Adalgisa Pantaleón.


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